El vigilante

El reloj avanzaba, nervioso. El hombre lo miraba, impaciente, esperando con ganas que bombeara tiempo a la habitación y poder así finalizar esa etapa. El olor a antiséptico inundó otra vez sus fosas nasales, y se revolvió en su silla, incómodo por el bip ininterrumpido de la máquina a la que estaba conectado él. Cómo lo odiaba. No tenía ni idea de por qué tenía que velar a ese hombre de pelo canoso que se empecinaba en mirarle con cara de ser el culpable de todo. Por más tiempo del que podía recordar (aunque tampoco sabía exactamente si era mucho o poco) había estado vigilando al enfermo, y odiándole con todas sus fuerzas. Sigue leyendo