Aire millonario

Hoy me han preguntado que qué haría si fuera millonario, en qué gastaría mi dinero. La verdad es que no lo he dudado mucho: en primer lugar le daría un pellizquito a mi padre, y me haría cargo de todos los gastos de mis abuelos, asegurándome de su comodidad y tranquilidad. Me cambiaría a una casa mayor, pero seguiría sin comprar, así que me iría de alquiler. Posiblemente me iría a hacer un viaje de un par de años a visitar todos los sitios que siempre digo que quiero visitar. Hasta aquí, bien, pero, ¿y luego? ¿qué haría con mi vida? ¿qué esperaría de mi rutina?

Me levantaría no muy pronto, pero tampoco excesivamente tarde. Mis ocupaciones básicas serían mantener contacto con la naturaleza (llámale pasear con mi perro, llámale hacer excursiones) y escribir, mientras me saco la carrera sin ningún tipo de prisa ni presión. Procuraría mantener contacto con mi círculo de amistades, volver a coger las baquetas de la batería, y hasta sacaría tiempo para empezar otra vez con el saxo. Como ya he dicho, sobre todo me dedicaría a escribir.

Y ahora viene lo complicado. Lo jodido. Lo gracioso. Por qué cojones, no lo hago justo ahora, ¿eh? Evidentemente eliminaremos la parte más “ricachona” del sueño (regalar dinero a la familia, vivir en una casa de lujo, el viaje), pero ¿qué me impide realizar la rutina que tanto se supone que anhelo? No tengo trabajo (salvo un par de cosillas que no me quitan más que un par de mañanas a la semana), y además tengo todo el tiempo del mundo para escribir y pasear. Sacrificando la mitad de las excursiones, puedo sacar más tiempo para estudiar. Parece que todo encaja, y sin embargo sigo malgastando mi tiempo pensando en todas las cosas que haré cuando sea libre.

Ese es el problema que ahora mismo ocupa mi mente, y creo que la de muchísima gente. Las excusas que nos ponemos para no hacer lo que realmente queremos hacer para ser felices. He tirado a la basura el cuatrimestre, eso lo tengo claro, y mi beneficio se ha basado en lamentarme de que estaba tirando el cuatrimestre (nada de arreglarlo, eso es de débiles). Así que ahora toca escribir una entrada hablando de todos los grandes cambios que haré en mi vida para ser feliz. Pero no haré lo que toca, para variar.

Porque sería la septingentésima entrada sobre ello que escribiría un estudiante al acabar sus exámenes, y sería la septingentésima promesa que se incumple. Porque me merezco algo más que estar continuamente luchando por lo que quiero, sin saber que, en cierta manera, ya puedo conseguirlo ahora. Porque a partir de hoy intentaré hacerlo a mi manera, sin perder los nervios. Porque el otro día leí que uno de los principales motivos de arrepentimiento en el lecho de muerte no es otro que el no haber disfrutado de la vida. Y no quiero arrepentimiento en mis últimos momentos.

Carpe diem.

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